Los músculos psoas son aquellos que se extienden desde la última vértebra de la zona dorsal y desde las cinco lumbares, hasta la zona del muslo. Según van pasando los años y debido a las tensiones y a las malas posturas, es muy probable que estos músculos se encuentren ya demasiado tensos como para poder trabajarlos, por eso es imprescindible aprender a relajar el psoas antes de intentar corregir tanto la falta de equilibrio como las compensaciones erróneas.
Posiciones para liberar el psoas
La primera posición que podemos practicar es la de descanso. Con esta postura, la misma fuerza de la gravedad hace nuestro trabajo. Para ello debemos tumbarnos sobre nuestra espalda, con las piernas flexionadas con el pecho casi en ángulo recto y con las plantas de nuestros pies apoyadas en el suelo. Relajamos los antebrazos y las manos sobre nuestro tórax y dejamos que el cuerpo consiga acomodarse a esta nueva posición y a medida que el psoas se vaya relajando, sentiremos como el peso va distribuyéndose por todo el cuerpo de una manera equitativa.
Otra postura que podemos practicar es la del estiramiento total. Para ello tenemos que empezar por colocarnos a “cuatro patas” en el suelo. Adelantamos la rodilla derecha entre los dos brazos y giramos el pie hacia la parte izquierda, deslizándolo por el suelo hasta que la pierna entera esté bien apoyada en él. A la vez tenemos que extender nuestra pierna izquierda, dejándola bien recta sobre el suelo, hacia atrás. Es muy importante no torcer ni las caderas ni la cintura cuando intentamos que el glúteo derecho y el fémur izquierdo descansen en el suelo. Si torcemos la pelvis, perderemos el estiramiento del músculo psoas y las vértebras se pueden comprimir en exceso. Si realizamos el ejercicio correctamente, no debemos sentir ningún tipo de presión en la zona baja de la espalda.
Cómo relajar el psoas
La posición del árbol consiste en que en el momento en que sintamos que el psoas ya está destensado y las piernas bien relajadas, debemos estirar los brazos mientras los separamos ligeramente de nuestro tronco, con las palmas abiertas. Cuando sintamos la conexión que se establece entra la columna vertebral y las piernas, es el momento de desplazar nuestro peso hacia la pierna derecha. Hay que procurar no balancearse ni inclinar la cadera derecha, algo que es muy frecuente pero que puede provocar una tensión innecesaria en los ligamentos de toda esa zona. Cuando hayamos transferido el peso a esa pierna, debemos eliminar la tensión de la parte frontal de la cadera izquierda para relajar los músculos de esa área. Entonces giraremos la pierna izquierda, colocando en la zona interna de nuestro muslo, la planta del pie izquierdo en la zona superior. Si lo necesitamos, podemos apoyarnos en la pared o incluso en una silla para conseguir mantener el equilibrio deseado. Una vez hayamos conseguido dicho equilibrio, levantamos los brazos y estiramos las palmas hacia arriba, sin provocar tensión muscular ni entumecer la zona superior de nuestro tronco, ni por supuesto el área que se encuentra comprendida entre los omóplatos o los hombros.