Los humanos, desde los tiempos más remotos, hemos sentido un interés especial, aunque casi podríamos llamarle pasión, por conocer aquello que el futuro nos depara. Para ello, a lo largo de los años, hemos leído las líneas de la mano, hemos estudiado los posos de café o hemos acudido a adivinos y videntes. Algo que muestra este interés por el devenir es que todos nosotros, incluso los más descreídos, algún día hemos mirado el horóscopo de cualquier revista o periódico para leer nuestro signo del zodíaco y saber qué nos esperaba, ello a pesar de estar convencidos, ya no en el fondo sino en la misma superficie, de la poca fiabilidad y rigor científico de dichas publicaciones.
En el plano puramente astrológico, se le da el nombre de zodíaco a un espacio del cielo en el cual queda incluida la tierra, el sol, la luna y los planetas, y que ha sido dividido en doce partes, dentro de cada una de las cuales encontramos una de las constelaciones que dan origen al zodíaco.
En cuanto al horóscopo, podemos definirlo como un método de predicción del futuro que se basa en el posicionamiento de los astros en un momento dado, y, en el caso concreto de las personas, en el posicionamiento en que se encontraban justo el día y hora de su nacimiento. Es un método sin ningún fundamento científico y sin ninguna prueba que pueda acreditar su validez.
Sin embargo, a pesar de ello estas creencias han ido sobreviviendo al paso de los siglos, yendo de la mano, en muchas ocasiones, de lo que podríamos llamar mitología o leyendas.
Para adentrarnos más en este mundo, que a pesar de su poca base científica resulta para la mayoría fascinante, en los próximos artículos hablaremos del origen de cada uno de los doce signos que forman nuestro zodíaco occidental, tema sobre el que se pueden encontrar interesantes teorías.
Así, alguien de la categoría de Isaac Newton, defendía que los nombres puestos a los doce signos del zodíaco eran un homenaje al conocido mito de Jasón y los argonautas, y concretamente al viaje que emprendieron en busca del vellocinio de oro.
El gran Leonardo de Vinci tenía asimismo una interesante teoría que le llevó a asociar los doce signos del zodíaco con los doce apóstoles, relacionando a cada uno de dichos personajes con una de las constelaciones.