No hay ninguna duda de que, sea cual sea el menú que elijamos para este importante día de nuestra boda, la estrella va a ser la tarta, esperada por todos. El pastel de boda tiene su origen en la Antigua Roma, aunque entonces era una sencilla torta elaborada con trigo, y representaba la fertilidad. A partir del siglo XVII las tartas empezaron a parecerse cada vez más a las actuales, y durante dicha época existía además la costumbre de esconder dentro de ella un anillo de cristal. Se decía que aquél que lo encontrara tendría un año de felicidad y que, si además era una mujer soltera sería la próxima persona en casarse. También había la creencia de que si una joven ponía un trozo de tarta nupcial debajo de la almohada soñaba con su futuro marido.
Normalmente, se trata de una tarta de varios pisos, en cuya cima se pone una pequeña figura, que normalmente representa a una pareja de novios, aunque pueden haber otros, siendo frecuentes una paloma o unas alianzas.
La tradición marca que el primer trozo de pastel sea cortado por ambos novios de manera conjunta, lo cual simboliza la primera de las muchas tareas que a partir de ahora van a realizar juntos. La tarta suele cortarse con un gran cuchillo, aunque muchas veces se hace también con una espada.
Por supuesto, como en todas las cosas, hay tradiciones que varían de un lugar a otro. Así, en los Estados Unidos existe la costumbre de que los novios apartan para sí el último piso de la tarta, con el fin de llevarla a casa, donde la congelan, consumiéndola al cabo de un año para celebrar su primer aniversario de boda, significando entonces la tarta su amor duradero.
La tarta por supuesto puede estar elaborada con una gran diversidad de productos, aunque muchos defienden que tiene que ser blanca. Esta creencia procede de que en la antigüedad sólo las familias más adineradas podían elaborar la tarta de dicho color, ya que los ingredientes para que así fuera eran difíciles de conseguir y, en consecuencia, caros.