Durante la planificación y organización de una boda hay muchos temas a tener en cuenta, todos ellos importantes y relacionados entre sí, por lo que en todos deberemos poner el máximo cuidado y esmero, puesto que basta que falle uno para echar por tierra todo nuestro esfuerzo. Uno de estos aspectos es la distribución de los invitados durante el banquete. Es un asunto sumamente importante, teniendo en cuenta que, para poder decir que la boda ha sido un éxito, es imprescindible que los invitados hayan quedado satisfechos y se hayan sentido cómodos en todo momento. En este sentido, y para evitar que cada invitado se siente allí donde le apetezca, es recomendable hacer uso de las consabidas tarjetas, las cuales se pondrán en el sitio donde debe colocarse cada comensal conteniendo el nombre de éste.
La distribución de los invitados y la decisión de dónde se sienta cada uno es una tarea bastante delicada y nada fácil, ya que tendremos que conseguir que absolutamente todos se sientan a gusto con el lugar que se les ha asignado.
Para alcanzar este objetivo deberemos tener muy en cuenta la personalidad y las circunstancias de cada invitado, aunque hay unas normas básicas para cuya aplicación basta con un poco de sentido común. Por ejemplo, jamás sentaremos a ex-parejas en la misma mesa. Incluso en el caso en que creamos que se llevan bien, no es momento para arriesgarse a que alguien se sienta incómodo. Tampoco pondremos a un soltero en una mesa donde todo sean parejas, pues le haríamos sentir desplazado. Ni a un adolescente en una mesa de niños, ya que se sentiría incómodo y se aburriría.
En cuanto a los amigos, intentaremos agrupar a los que se conocen entre ellos. A los que no, intentaremos hacerlo por afinidades, o por edades, o por algún otro concepto que nos parezca adecuado.
Referente a las familias, es muy positivo que, dentro de lo posible, estén mezcladas la del novio con la de la novia, puesto que facilita la relación y conocimiento entre ellos.
Por último, una recomendación: no deberemos organizar las mesas de manera que todas ellas estén llenas del todo, por si se diera el caso, que puede ocurrir, que en el último momento asistiera a la boda alguien que no esperábamos, como por ejemplo la novia de un invitado a la que no conocíamos.